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La Ventana

Todos los días solía ir directo hacia el Ayuntamiento. Andaba por las callejuelas del pueblo y sabía que, si se cruzaba con Anselmo “el aguador” eran las ocho de la mañana, y que llegaría puntual. El Anselmo no fallaba. Decía el Maestro del pueblo, Don Alberto, que los relojes había que ajustarlos a la hora en la que el Anselmo cerraba el portón de su casa y salía con la borrica hacía el río. Aquél día era diferente. Manuel decidió dar una vuelta larga y perderse por la peña alta, bajar hacia la vereda del río y luego… pero sumido en sus propios pensamientos, se encontró sorprendido ante la misma puerta del ayuntamiento. Era la inercia de todos los días, aquella misma que había querido evitar. Le había conducido allí la condición de Manuel de Alcalde del pueblo. Levantó la mirada y se cruzó con la de dos que ya le esperaban en la puerta: Celestino, el teniente de Alcalde y Juan el alguacil. Aunque más que alguacil, el Juan era el encargado (a todos los efectos) del ayuntami

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